UN MÁGICO ENCUENTRO






Es la mañana de un domingo cualquiera. 

Estoy paseando por un mercado rural disfrutando de la colorida oferta de flores, frutas, verduras y alimentos de temporada. Entre una animada concurrencia de personas que fluyen y refluyen por las estrechas calles. 

A esta hora del mediodía el mercado es pura vida, vibrando en una infinita variedad de formas, colores y sabores. En medio de los gritos de los feriantes que cantan su oferta a grito pelado, los clientes tenemos la oportunidad de catar: ver, oler, palpar, saboreary sentir la fruta, el queso o la miel, antes de decidir comprarla. 

La experiencia es un regalo para los sentidos y la certeza de que lo que adquirimos es de nuestro agrado. Qué diferencia de la compra en el supermercado en el que los alimentos se encuentran procesados, envasados, plastificados, pasteurizados esterilizados… muertos y desvitalizados.

Me siento atraída por una parada que ofrece verduras ecológicas recién recolectadas. Da gloria verla. Preparados con esmero, apilados en cajones de madera, hay ramilletes de perejil, apio, ajos tiernos, cebolletas, espinacas, puerros… y otros muchos vegetales, que están diciendo cómeme. Algunos de ellos me sorprenden por su rareza, como el calanchoe o las ortigas.

Lleno el cesto a consciencia de una variada mezcla que espero degustar al vapor, bien aliñada con un buen aceite de oliva virgen, a la hora de la comida.
Las posibilidades de compra son infinitas, puestos de quesos, aceitunas, panes, bollería, encurtidos, fiambres, embutidos... Me decido por una mezcla de aceitunas que voy degustando mientras me entretengo mirando la oferta y comprando las viandas que más excitan mis sentidos.

De regreso al coche cargada con varias bolsas, me tropiezo con una madre y sus dos hijos que intentan deshacerse de una camada de gatitos. Abordan al personal que regresa de la compra intentando que se queden con ellos. 

Son cinco cachorros, todos con diferente pelaje. 


El hijo, un chaval que no tiene más de siete años, me deposita uno en la mano. Me quedo impactada. Es el vivo retrato de un gato que imagine hace una semana con todo lujo de detalles, para incluirlo en un capítulo de la novela que estoy escribiendo.

En mi fantasía creativa el gato era blanco y negro igualito al que sostengo en mi mano ahora mismo. Era un hallazgo casual de la protagonista que aportaba alegría a su soledad. Incluso tiene nombre. Panda se llama, porque su pelaje es negro y el morro y las patitas son blancas.

El que me ofrecen es su viva imagen. Es gratis me informa el niño al depositarlo en mis manos. 


Es una buena señal. 


Los animales llegan a nosotros por resonancia, los atraemos por alguna razón metafísica, más allá de lo puramente circunstancial. Siempre han llegado a mi vida en el momento justo.

No soy partidaria de comprar animales. Nunca hubiera ido a buscarlo a una tienda donde están valorados y bien cuidados. 

Es amor a primera vista, un flechazo, aunque sea gato. 


Soy incapaz de soltarlo aún a sabiendas que me estoy complicando la vida de mala manera. Un sinfín de razones cruzan por mi mente que me aconsejan pasar de largo y seguir mi camino sin él: La gata que vive en casa es muy celosa y no sé si lo aceptara… está muy próximo el viaje a Hawái… y estoy en plena corrección de la novela…

Pero nada de esto tiene la más mínima importancia cuando sus inocentes ojos verdes se posan sobre los míos y me traspasan, hasta tocar mi alma. Me lo llevo. Doy las gracias a la familia, entrego una donación por el presente y lo acomodo en mi bolso. 

Sin rechistar se viene conmigo tan tranquilo. No protesta, ni intenta escapar. El sabe, yo sé, que estábamos predestinados a encontrarnos. 

Que maravillosa sensación. Al llegar al coche en silencio pongo su frente sobre mi tercer ojo y telepáticamente le comunico que a partir de este momento soy su cuidadora. Entiende, porque me mira serio y asiente con dos maullidos. Lo dejo sobre el asiento trasero y empieza a ronronear satisfecho.

Hay que ocuparse de su alimento. Por suerte encuentro un comercio donde puedo adquirir todo lo que necesita, curiosamente tienen leche para bebes de gato, está abierto aunque es día festivo. 

Todo fluye con gracia, facilidad y belleza. Señal de que es como tiene que ser. Así que mi corazón canta de alegría en el pecho. Vuelvo al coche le doy a beber la leche, me mira agradecido. El amor fluye libremente entre él y yo.

Arranco el coche y se las ingenia para encaramarse hasta mi hombro derecho, donde se instala cómodamente, no mide más de un palmo. Ronronea a mi oreja hasta que siento que se afloja y se queda dormido. 

Panda se ha materializado justo una semana después de imaginarlo.

Bienvenido a tu hogar.

Dra. Mª Carmen Martínez Tomás
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